-¿Y qué piensas hacer?
-De momento cuidarte a
ti lo mejor que pueda, pues de tu salud depende la mía.
-Gracias, compañero,
pero como eso ya lo daba por descontado, mi pregunta era algo más concreta.
-Lo sé, lo sé,...pero
ahora mismo no tengo una respuesta clara. Ya no se trata tanto de mí, porque a
fin de cuentas, tendré que asumir las consecuencias de mis males, pero la
pregunta es...¿Tengo derecho a arrastrar a alguien a una vida incompleta ? ¿Cuánto
tardaré en odiarme por ello? O ¿Cuánto tiempo pasará hasta que me pidan cuentas?
Aún nos queda mucho
camino por recorrer, pues como ves, llevamos varios años de visitas y consultas
y estamos casi como al principio. Se han sucedido las ecografías, los análisis,
las pruebas de tu fortaleza y algunas más que ahora no recuerdo, y el resultado
siempre es el mismo. Te niegas a adelgazar, aunque parece que estás en un peso
estable y eso me alegra.
-¡Vaya!, menos mal, me
quitas un peso de encima.
-Que más quisiera yo
que quitarte todo el que te sobra, pero me temo que tendremos que seguir
queriéndonos como somos.
-Oye, ¿Tu crees
que todos los que sufren nuestras mismas
desavenencias tienen los mismos problemas?
-No lo sé.
Tradicionalmente se han relacionado los males de tus congéneres con el ocaso de
la vida sexual de los hombres, pero puede que esto solo sea una leyenda urbana,
o puede que tenga algo de verdad. Lo cierto es que cada cual gestionará sus
males, sus miedos y sus fantasmas como mejor pueda y sepa, pero cuando de
fantasmas se trata, generalmente tendemos a guardarlos en el castillo y si
alguna vez osan mostrarse, el resultado, casi siempre, es el contagio del
miedo, por eso procuramos atarlos con cadenas y bolas de hierro para que se
muevan lo menos posible y ya que a nosotros nos tienen temblando de miedo, al
menos que no asusten a quienes tenemos al lado.
Lo que me pregunto es
¿si no sería mejor mostrarlos tal y como son?, porque a lo mejor resultaría que
no son sino producto de nuestra propia inseguridad y un solo soplo bastaría
para desvanecerlos.
-¡Uff! , que profundo
te has puesto. No sé si soy capaz de seguirte.
-Pues vas a tener que
hacerlo, porque en breve tenemos otra cita con el señor Urólogo.
-¿El mismo de la otra
vez?
-No, este es nuevo y me
parece que quiere volver a empezar desde el principio.
-¿Con saludo incluido?
-No creo que quiera
intimar contigo, le bastará con verte por televisión y seguramente querrá verte
trabajar, porque debemos ir con el depósito bien lleno de agua.
-Intentaremos estar a
la altura.
-En ti confío
compañera.
Habían pasado cinco
años desde nuestro primer encuentro y ya había aprendido a soportarte, a
cuidarte e incluso a quererte porque de tu salud dependía la mía, pero ahora
tendría que aprender a mostrar tus consecuencias sin avergonzarme por ello, a
pelear por una vida diferente, pero no por ello menos satisfactoria.
Esta vez nos habían
citado de buena mañana. El escenario era diferente al que habíamos conocido
hasta ahora, pues en ese tiempo habíamos cambiado de residencia y con ello de
Comunidad Autónoma. Esto no tendría por qué suponer un problema, pero pronto
veríamos que alguna dificultad nos iba a acarrear esta circunstancia.
Llegamos puntuales, con
casi dos litros de agua bailando en mi tripa que pronto empezaron a molestarte
y te empeñaste en evacuar de urgencia. Como la señorita de recepción no nos
había dado ninguna instrucción, solo se había limitado a inscribir nuestra cita
y advertirnos que estuviésemos atentos a la llamada que se produciría a través
de una pantalla, aguantamos, en realidad fui yo quien aguanté tus continuas
llamadas de socorro para que te salvase de la inundación, pues entendía que si
nos habían citado con el agua hasta el corcho, sería para algo y no era cuestión
de soltarla gratuitamente solo porque tu no fueses capaz de aguantar un
poquito.
-Total, si nos han
citado a esta hora, no creo que tarden mucho en llamarnos, te dije para
calmarte.
Pero el tiempo pasaba y
la dichosa pantalla no se acordaba de nosotros, así que dos horas mas tarde y
harto ya de movimientos de piernas disuasorios de la necesidad incontenible que
nos atormentaba, me dirigí a la recepción para hacerles ver la circunstancia y
ahí nos llegó la primera sorpresa.
-Debería usted haberme
avisado cuando tuviese ganas –me dijo- pues antes de que le vea el doctor hay
que hacerle una medición (ahí me asusté) …de caudal e intensidad.
-Pero usted no me ha
dicho nada de eso – protesté.
-Se me habrá pasado –
contestó con toda naturalidad.
Pero no se si fuera por
aquello de la autoridad de las batas blancas o porque la urgencia que nos
ocupaba no nos dejaban pensar demasiado, no dije nada, solo me preocupé en
desalojar mi vejiga lo más rápidamente posible. ¿Recuerdas que descansados nos
quedamos?
Con tres horas de
demora nos recibió el doctor y ahí íbamos a recibir nuestra segunda sorpresa.
¿Qué le pasa a usted? – fue la pregunta su pregunta.
-¿Cómo que qué me pasa?
– pensé – ¿después de cinco años aun me pregunta qué me pasa? – Pues lo que
dice el historial – contesté de no muy buen humor – que aquí a mi compañera le
ha dado por engordar.
-Es que yo no tengo su
historial – me dijo – si usted ha cambiado de Comunidad Autónoma, aquí no
tenemos su historial, tenemos que hacerlo de nuevo.
No podía creer lo que
estaba oyendo. En la era de la informática y de las comunicaciones, el sistema
de salud no se comunica entre diferentes administraciones.
-Increíble – dije
mientras veía como aquel hombre empezaba a mirarme mal –como increíble también
me parece que nos hayan citado a las diez de la mañana y sea la una de la tarde
cuando nos reciben – me desahogué.
-Cállate que la liamos
– te oí decir por lo bajo.
¡Y vaya si la liamos!,
Aunque
yo me había apresurado a decir que, posiblemente no era culpa suya, sino de la
organización del sistema, creo que se lo tomó de forma personal, porque su
respuesta fue algo chocante. ¿Recuerdas?
—Yo
llevo aquí desde las ocho de la mañana y no me quejo— dijo—además—subrayó—siempre
tenía la opción de marcharse.
No
me pude contener, lo siento, ya me había estado conteniendo durante dos horas y
mi capacidad de contención, en todos los sentidos, se había agotado.
—La
diferencia entre usted y yo—contesté—es que usted está aquí por obligación
porque este es su trabajo, yo estoy por necesidad y por derecho y ambas cosas
anulan la opción de marcharme sin ser atendido.
Por
una vez me enfrenté a la autoridad de una bata blanca y te confieso que me
quedé muy a gusto.
Poco
mas sacamos en claro de aquella visita, solo que todo parecía seguir igual y
que volveríamos a vernos en unos meses. Parece, compañera, que lo que nos espera
hasta el final de nuestros días es pasar por revisión cada cierto tiempo. Sólo
espero que los próximos profesionales que nos atiendan hayan desayunado mejor
que este.
Mientras
tanto, tu y yo, a cuidarnos mucho.